Avellana: su cuaderno de viaje VII

La cascada del río Treca ha formado a su pie una poza redonda, y allí es donde vive el gran animal perdido del mar. Las gentes de la región le llevan de comer, le arrojan guirnaldas florecidas, los domingos por la mañana le cantan poemas y a todas horas lo colman de honores, al gran animal triste.

 

En todo el país cesará la pestilencia cuando se dé justicia al culpable. Entonces el rey del país designa al culpable. La pestilencia no acaba, de modo que se designa otro, y otro. Cada día designa un culpable el rey de aquel país.

 

En Rudelia desconocen su propia bandera. Todo son hipótesis.

 

En el pueblecito de Viloé el filósofo arma en su imaginación figuras geométricas complejas y llenas de conocimiento; cuando tiene una concluida —la tarea es larga—, la coloca mentalmente sobre el cielo, la deja suspendida allí y se vuelve hacia sus adentros a meditar otra nueva, lo que exige una concentración perfecta, porque en un momento de descuido podrían venírsele abajo las que lleva hechas.

Esto es así desde el punto de vista del filósofo. El que se detiene a mirar ve un hombre calvo con taparrabos, cagado por los pájaros, quieto como una piedra las noches y los días a la entrada de una cueva.

 

Todos quieren volver otra vez en su vida a Bicena; por eso una mañana luminosa los viajeros se llegan hasta el puente de Levante, que tiene nueve ojos —uno por cada mes del año— y es querido por los pájaros, y arrojan monedas de oro y plata con los rostros de reyes remotos, piedras preciosas de todos los tamaños y joyas labradas. Después, los viajeros se acodan en el pretil, miran la corriente y por un instante piensan en su vida. El lecho del río relumbra al sol de la mañana bajo el agua clara, pero nadie ha tomado nunca la más minúscula pieza, ya que los nativos creen que ese tesoro es la dote de una mujer a la que esperan. Y quién querría ser expulsado para siempre de Bicena, arrojado para no volver a ver más su puente de nueve arcos, sus mañanas alegres, el modo en que se despliega el futuro resplandeciente, el río de cristal y oro y las voces de sus pájaros.

 

[Avellana: su cuaderno de viaje VI]

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