A Garbancito no piséis
Durante un tiempo viví en una casa, allá en un barrio de Madrid. Un día me fui y ya no volví más, ni a la casa ni por el barrio, y así pasaron estos años. Hasta el otro día, que volví a recoger una carta importante.
Repetí el camino de tantas veces: el metro, el trasbordo, el metro, la cuestecita, el callejón, las escaleras, el patio interior, las otras escaleras; y según se desplegaba el camino, parecía como si el pasado se fuese desplegando al paso dentro de mí.
Ya no vive en esa casa nadie que yo conozca. Recogí la carta, y en la calle me paré a mirar. Es un lugar tranquilo, con cuadros de hierba pelada aquí y allá y algunos árboles. Empezaba a anochecer. La luna estaba alta en el cielo límpido de la tarde, gris, azul y rosa. Todo era como antes pero nada era igual. No lejos, en la misma calle, la voz de una mujer empezó a cantar: «Pachín, pachín, pachón, / mucho cuidado con lo que hacéis...».
Me senté en un banco, un poco más adelante, y apunté estas cosas en una libreta porque no quería que se me olvidaran. Un par de minutos. Y luego me fui.
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