Trozos

Imaginad un grafitero que empezase a escribir una frase sobre un muro y la siguiese sobre una columna de hormigón un poco más allá, y luego sobre una valla, sobre el camino, la hierba, el río, cruzando una ciudad y a lo largo del tiempo. Una escritura con tinta negra y letras muy grandes.

*

Busco aquel poema de Kavafis, «Ítaca», y —en varios idiomas— veo que para traducir el tercer verso unos prefieren un viaje lleno de aventuras y conocimientos y otros lleno de aventuras y experiencias. ¡Como si no mediase un mundo entre lo uno y lo otro!

*

Qué absurda la vida si solamente se viviese una vez, esto es, si solo hubiésemos vivido los que vivimos ahora mismo sobre la tierra y, tras ir muriendo en orden hasta que quedase por fin en pie un último viejo solitario, al apagarse ése, rendido al polvo, todo hubiera acabado para siempre: las historias, las casas, los instrumentos, las cuevas, las etimologías, los caminos; todas esas cosas, hechas para ser usadas una sola vez.

En lugar de ello, hay niños. No es que resuelvan el sentido del mundo, pero, como en un cuadro, ellos traen la perspectiva, alargan la línea de la posibilidad, iguales que el camino que se pierde a lo lejos entre una hilera de árboles, hacia más allá y fuera del cuadro, no se sabe adónde.

*

Tan a menudo el dolor acompaña al conocimiento que no es raro tomar por conocimiento el dolor mismo.

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De la mediocridad no me separan mis obras, sino mi descontento. Esa poca cosa.

*

Hace no mucho —un par de años— yo tenía una novia. La mayoría de las noches dormíamos en su cama. Hacia la primavera, un gorrión cogió la costumbre de venirse muy de mañana a un macetero de su terraza, que había verdecido, y nos despertaba piando. Nos hacía bien, porque a los dos nos costaba levantarnos para el trabajo.

Entonces escribí unas palabras sobre el gorrión y el amor y se las enseñé a mi novia y le gustaron.

Otra vez es primavera, pero ya no estamos juntos. Ella me escribe que un gorrión pía en su terraza y le recuerda a mí. He sentido una breve felicidad; he sentido que algunas cosas que he hecho están bien.

La mano del mundo continúa escribiendo lo que empecé a escribir entonces.

*

Junto a unas vías de tren, donde la ciudad se une con el campo, un paseante se encuentra un trozo de aquel largo grafiti; lo que entra, digamos, en una tapia de ladrillo que alumbra el sol poniente. El hombre se detiene y lee.

 

[El gorrión]

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