Resurrecciones
Al final, en Imbria la gente acaba muriéndose. Alguno, pronto o de golpe; la mayoría, desgastados como piedrecillas sobre las que insisten las mareas.
Unos pocos permanecen vivos. No son de morirse. Mientras los difuntos, alineados en las tumbas, duermen su sueño yermo, ellos continúan largamente en pie, intactos, algo aburridos, retejando casas, podando árboles y abonando los jardines hasta el día que se acaben los años de ese ciclo del universo, ese invierno de los muertos.
Por la época de resurrección los días son fríos aún, diáfanos, de un azul muy claro; el ojo puede ver el verde tierno de un tallo desde lejos y separar las gotas de cristal dentro del agua. A los resucitados todo se les hace nuevo porque creen que en ese instante todo empieza: se deshacen en alegría, asombros cambiadizos y proyectos; hablan del mundo como una vasta mañana y un camino.
Los siemprevivos los escuchan y callan, ya que la monótona perduración, a fin de cuentas, tampoco les ha enseñado nada que valga la pena. Sobre todo en un tiempo así, de limpios comienzos.
Feliz año.