Ginebra

De camino hacia el cementerio donde está enterrado Borges se pasa junto a un parque a cuya entrada hay media docena de grandes tableros de ajedrez, blancos y negros, pintados sobre el suelo. La mañana es oscura; no ha dejado de llover. Las piezas, que llegan hasta la altura del muslo, están solas, dispuestas meticulosamente para una partida.

Al lado hay un pabelloncito decimonónico de cristal y madera de color verde pálido, rodeado de árboles. Fue un templete de música y salle de rafraîchissements y ahora es un café restaurante. Por dentro se le ve resobado, de los muebles a los camareros. Al otro lado de la vidriera, la enramada espesa del final del verano tapa toda la vista. Entre eso y el verdete de los bastidores, la luz es aguamarina, líquida, como si mirásemos desde el fondo de un lago. Se me ocurre que la dulzura de los árboles tiene ya una traza de otoño.

Las cosas no dicen nada del mundo, ni de lo que hay más allá. El rumor de las ramas bajo la lluvia es agua y hojas; una brizna es hierba; una lápida es una piedra que parece señalar a la muerte. Eso es: una piedra. Las cosas solo hablan de sí mismas, si se las oye hablar.

Mi mesa está junto a un piano de media cola que sostiene una maceta y un juego de copas limpias. Por delante de mí pasa un grupo de hombres hacia la salida. Tendrán entre cincuenta y muchos y sesenta, un aire jovial de profesores de universidad. Dos, rezagados, se demoran junto al piano. El más joven se sienta y empieza a tocar. El otro llama por señas a sus compañeros para que vuelvan. Es una pieza que no conozco; aunque debe de ser Bach. Se la sabe bien; pero la toca inseguro, como por falta de hábito. O quizá sea por el piano.

Sus amigos lo escuchan en largo silencio, haciendo corro. La composición es muy hermosa; en verdad lo es. Cuando termina, todos aplauden. Él toca otra pieza, más breve y festiva, y después se marchan.

Salgo yo también. Ahora hay un par de jugadores de ajedrez entre la lluvia, con paraguas, y una señora que los contempla en una silla de ruedas.

Al cabo de unos días, ya en casa, me encontraré con que una página describe las piezas de ese ajedrez del Parc des Bastions como de tamaño natural  («life-size»), extrañamente. Seguro que a Borges le habría gustado la expresión: como si hubiese un mundo real para ese sueño arduo de guerra y geometría.

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Comentarios

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No sé si es autobiográfico (tuyo, claro) o no, pero creo que me da igual. Me debe dar igual. Mi hija habla, a veces, de autoficción, algo que ha estudiado, pero yo no. Me gusta como escribes, creo que ya lo he dicho, pero es cierto. Es universal, en mi caso me puede recordar a algo que pudo suceder en el parque de Soria, que no sucedió, pero pudo. Estuvimos en Ginebra hace unos años, en coche. Como siempre, yo estaba asombrado de estar allí. Viajar sigue siendo, para mí, 57 años ya, algo asombroso. En fin, que me ha gustado y el comentario, podría, ser más largo que el post. Borges: lo conozco poco, esa es la verdad. La imprecisión del pianista es probable que sea suya, más que del piano, eso sí lo sé.

Un abrazo.

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Veo ahora que mi redacción no es muy correcta. En fin, ya aprenderemos. Un abrazo.

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Hola, José Luis. Sí, sí, es autobiográfico: y del mes de la fecha (hace quince días o así).
Normalmente, la relación de un texto con la realidad viene dada por el género; pero claro, los blogs son una cosa tan nueva que uno no sabe: no son un formato codificado. Cuando el post es una ficción, yo procuro que quede caro, mediante el estilo, que esos hechos no han sucedido. Aparte de que suelen ser unas mentiras muy gordas :)
No por que me obligue ninguna ley; es solo que me siento más a gusto. En los primeros tiempos del blog no lo hacía; me fui acostumbrando con el tiempo.
No sé. Quizá si tuviese la libertad de inventarme mi vida me ahogaría en tanta libertad.

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Qué curioso que digas lo del asombro. A mí me pasa lo mismo. Estoy tan hecho a que el estar en otra parte sea alguna clase de ensoñación, quiero decir, un acto mental (una lectura, una imaginación, un reportaje, unas fotografías...), que cuando estoy allí de verdad, en otro lado, me parece una cosa de milagro.

Un abrazo, José Luis. Me alegro de que te haya gustado el post. Y muchas gracias por venir a contármelo.

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Hola Juan y la compaña:

Ginebra no es precisamente santo de mi devoción, pero tu historia me recuerda otra. Bar de un hotel en La Habana, piano (con o sin cola, no sé, no entiendo) y pianista interpretando Adios Nonino. Una verdadera bocanada de aire. Andábamos pelín saturados de tanto son cubano, que me encanta, pero, pero al final te fríen un poco las meninges. Fue un intermezzo mágico. Por cierto, aunque el derroche del son cubano termina cansando, estos grupos callejeros que te encuentras en todas partes son ¡increíblemente buenos!

Salud os,

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No encuentro tu post en el que una fotógrafa japonesa, creo, se introduce en sus fotos de infancia y adolescencia e investiga su identidad. Sin llegar a tanto, ya que creo que no tengo que investigar mi identidad, aunque no estoy muy seguro, ese proyecto, que es muy interesante, ha despertado en mí otro proyecto que lleva durmiendo un tiempo: cómo combinar (bien) algunas fotos familiares de mi infancia y adolescencia hechas en Los Monegros con otras actuales hechas también allí. Color y blanco y negro, yo con 10 años y yo mismo ahora. Mi familia de entonces y ahora mismo. Y cierto grado de abstracción y universalización.

Le doy vueltas y creo que sólo puede salir, de allí, un proyecto pequeño, algo así como un álbum familiar, con sus limitaciones emotivas también. Voy pensando, pero la idea salió de ese post.

Un saludo a los dos.

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Hola, Marisa. Buena historia; dan ganas de haber estado ahí. Por cierto, que parece el reflejo simétrico de la mía, su espejo tropical. Sólo faltaría un escritor cubano (pongamos Nicolás Guillén, que creo recordar que a Borges no le gustaba :)

¡Saludos!

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Hola, José Luis. El post de Chino Otsuka es este
(yo tampoco lo encontraba, ya ves):
http://avellana.neunoi.com/2014/11/bitacora.html
La idea suena fascinante (el escenario por sí solo ya sugiere un resultado potente). A ver qué sale. Y caramba, me encantará haber tenido algo que ver con ello.

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¿Nicolás Guillén es el de "Songorocosongo songo"? Creo que sí. Lo descubrí en mi "adolescencia suicida", que cantó Joan B. Humet. Tiene gracia esto de la historia paralela en el Caribe: en todas partes cuecen habas y en todas partes se producen instantes mágicos. ¡Hasta en Suiza!

Saludos, Juan y José Luis.

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