Lo bueno

Han vuelto los días felices. Los árboles verdecidos, el pájaro de la tarde, la compañía, la luz que no acaba. Me llevo abril a los ojos sin creerlo bien. Pero es verdad. Lo bueno es verdad, ahora y mientras dure.

En mi religión, cuando yo funde una religión, a finales de abril nos acercaremos al agua vestidos de blanco y botaremos barquitas de papel de caracola con sus pequeñas velas cubiertas de escrituras. Mi metafísica razonará así: nada de lo que ha sido puede perderse en el mundo, porque en tal caso nada sería. Los hechos se alejan de nosotros, arrastrados por el río del tiempo, hasta dar a una desembocadura donde se los juzga, se separan y se guardan; de un lado los hechos malos, los buenos del otro. Cuando llegue el día, nosotros también seremos pesados y separados de la misma manera. Y los buenos iremos a donde están el pájaro y la tarde, las caricias, los nombres llenos de armonía, las últimas fresas.

A finales de abril, todos los años, los creyentes fabricaremos el papel con goma blanca, hebras de algodón y polvo fino de caracola; plegaremos las barquitas y con tinta negra y mucha unción escribiremos en sus velas todo lo bueno que hayamos visto pasar, como propiciación, símbolo y rito de lo que habrá de esperarnos en el cielo. Y según las velas desaparezcan de la vista, al caer la noche, nos pondremos a beber y a cantar junto a las hogueras, allí en la orilla misma de la vida.

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