El último verano
Un martes a mediados de mes llegó por fin la lluvia. El verano había sido largo. Las plantas estaban más crecidas que nunca. Había brotado un árbol nuevo, esbelto, de hojas claras y ramas rojizas. Todo el verano hubo rosas.
La víspera, por la tarde, ya había empezado a chispear y hacía fresco. Dormí con una camiseta de manga larga. Al despertar, la mañana era oscura y caían goterones gruesos. Llovía sobre la mesa de madera de la terraza, sobre la hojarasca, sobre las colillas del cenicero. Llovía sobre las hojas oscuras de la zarzamora y sobre los tejados de enfrente. Llovía sobre los parquímetros, sobre los coches de la M-30, sobre el camino que va desde aquí hasta Santander, sobre la playa, sobre el jardín botánico, sobre los atardeceres, sobre la sierra, sobre los planes, sobre el pasado, sobre los sueños antiguos y los nuevos. Llovía el agua vivífica, fría y gris, y era como si llegase a su fin una edad del mundo. Como si estuviese doblando este tiempo para guardarlo en el cajón de la memoria, para siempre, con amorosa aceptación.
Creo que en el momento que escribías eso, unos kilómetros más allá o más acá, me encontraba asomado a la ventana con dos gatos observando ese extraño fenómeno que creíamos olvidado. La lluvia y su eterna promesa de limpiar un poco las calles y el alma de esta ciudad tan maltratada...
Publicado por: Beauséant | 07 noviembre 2017 en 04:01 p.m.
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Hola, Beauséant. Qué imagen tan bonita, la de los tres mirando la lluvia. La lluvia aquí es un acontecimiento, ¿verdad?
Publicado por: Juan Avellana | 10 noviembre 2017 en 12:22 a.m.
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Es extraño, otra vez :)
Me he encontrado con este comentario tuyo justo cuando hoy nos había prometido lluvia, truenos y el fin de la contaminación...
Me asomo cada hora a la ventana, pero nada de la prometida lluvia... seguiremos esperando...
Publicado por: Beauséant | 28 noviembre 2017 en 12:45 p.m.
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