Antes los días eran más largos
Cuando yo nací los días eran más largos; podrían durar el doble o el triple que ahora, no sabría decir con exactitud.
Por aquellos años, el agua del mar era verde clara y no estaba tan fría. Los animales te hablaban con una voz razonable, como el que ha vivido mucho en esta vida. Los extraños eran amistosos; los automóviles se conducían solos. Por toda la ciudad crecían jardines: el rincón donde una mujer había plantado una mata de fresas, el alcorque con un solo girasol, el cementerio bajo los tilos, enormes quintas de indianos pobladas de melancolía. Se cultivaba una rosa cuyo olor inspiraba recuerdos ficticios, pero vivaces como una herida.
La música acompañaba al engranaje del mundo. Al girar las estaciones, sonaba una música; al soplar el viento, sonaba una música; había música en los viajes de los barcos, en las estrellas, en los pájaros, en el sucederse de la noche y el día; música en los ríos y música en la lluvia que los hacía correr y en las mareas, y tú podías atender a una u otra o escucharlas todas a la vez, como una armonía.
Por aquella época construyeron el arco de piedra que cruza el fiordo. A la lancha tranvía le llevaba una mañana recorrer los canales desde el muelle del arco al Colegio de Astrónomos y volver. La gente le tiraba monedas y flores por divertirse.
Nunca llovía por la mañana, lo que suponía una gran conveniencia.
Hay que decir que los peligros eran inmensos, aunque se avisaban con anticipación y redundancia. Los doctores fumaban como antorchas. La corriente eléctrica fallaba a menudo, la moneda era débil y las máquinas no tenían pensamientos.
Era un mundo romántico. Lo que nunca había llegado a ser se confundía en la bruma con lo que había sido.
Detrás de la ciudad se abría el campo. Saliendo por la puerta del Este, la carretera se alejaba entre cereales rubios y colinas azules en la distancia, y más allá, bajo una nueva música jamás oída, desaparecía en el desierto ilimitado, principio de un universo ignoto que aún no había llegado a las páginas de los libros, en aquellos días por escribir, tan largos, mucho más largos de lo que son ahora.
[Antiguamente las cosas no eran como ahora:
http://avellana.neunoi.com/2016/08/antiguamente-las-cosas-no-eran-como-ahora.html
El camino:
http://avellana.neunoi.com/2005/03/el-camino.html]
Siempre, detrás de la ciudad, se abre el campo. Imagino mi vida en otro lugar.
Tu primera frase es posible que pudiera aplicarse siempre, en cualquier lugar. Detrás de la ciudad se abre el campo. Me gusta que la música acompañe siempre. Todavía estaría mejor si fuera la protagonista, en vez de la acompañante. Algo utópico.
Fiordo: la palabra lo trastoca todo. Fiordo es algo noruego.
Que no llueva por la mañana es algo que no me gusta. Normalmente las tormentas, las pedregadas,...son por la tarde, a mi pesar. Pero constato que podrían ser a otra hora.
Lo que escribes es, más bien, poesía, o yo lo interpreto así. Algo preciso a nivel emocional e impreciso al intelectual.
Bueno, como la fotografía de calidad.
Un abrazo
Publicado por: Jose luis | 09 julio 2018 en 07:55 p.m.
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¡Hola, José Luis! Perdona por la tardanza: es que ha vuelto a fallar el sistema de notificaciones de comentarios (esta vez, por culpa de gmail).
Me gusta mucho esa observación de "preciso a nivel emocional e impreciso al intelectual"; me parece que resumen bien mi ánimo cuando escribo este tipo de cosas.
Yo hago lo posible por que quede claro desde el mismo principio qué tipo de texto es, para no marear al lector. O sea, de qué va la cosa, de qué modo el texto pide ser leído. Aunque no se diga expresamente ("por fuera" del texto), sino implícitamente. Bueno, eso espero.
Un abrazo grande
Publicado por: Juan Avellana | 17 julio 2018 en 01:03 p.m.
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