Ejercicios de calentamiento
Con las manos y los brazos golpea a la vez todas las teclas del piano: saldrá un estruendo molesto. Otra vez: pero ahora no pulses todas las teclas —solo cinco o seis—, de manera que suene un acorde extraño y meditativo que recuerda a la música de un bosque.
En este ejemplo, la belleza aparece al callarse uno adecuadamente, por decirlo así.
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Pon tu alma en lo que haces. Literalmente. En una piedra blanca pulida, por ejemplo. En un palo de madera. Con hilo y una caja de cerillas, construye un carruaje en miniatura tirado por hormigas.
Haz tus obras y dalas. Con su trozo de alma dentro, creerás sentir lo que les pasa aunque estén lejos.
Un día, avisas a sus dueños de que quieres acercarte a verlas. Las encuentras distintas, crecidas. Te vuelves a casa perturbado y melancólico.
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Escribe poesía con mano de ángel, pero que las letras no se peguen al texto. Levísimas letras oscuras, suavemente posadas, como una semilla volandera. A cualquier temblor, un suspiro, un gesto, un soplo, se levantan, vuelan.
Se deshace y aún no se ha compuesto: el poema existe como el fulgor de un recuerdo.
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No deja de llover; la noche es fría. Mira por la ventana a la calle desolada. Piensa en los que esta noche están solos sin haberlo merecido.
Hay un amor muy tierno, muy humano, que nace de la conciencia de la propia fragilidad.
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El día es una casilla blanca; la noche que le sigue es una casilla negra.
Entre las reglas del ajedrez no hay ninguna que permita cambiar las reglas del ajedrez. Porque, o las reglas del juego son ajenas a la voluntad del jugador, o no es un juego.
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En aquel patio debería alzarse la casa de una familia que no ha existido. Los niños no llegaron a nacer; sus padres no pudieron siquiera conocerse. Observa esa característica titilación del vacío allí donde falta algo que pudo haber sido.
Hay que entender este misterio: que, faltando tantas cosas, a la vez el mundo esté completo.
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Despierta a las flores. Con cuidado.
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Imagina un gato enroscado sobre tu cama, a tus espaldas. Gruñe, mueve la cabeza, se agita en sueños: subido a un alféizar de una casa de piedra, mira hipnotizado hacia el interior de la habitación, en la que hay un acuario. Entre las plantas submarinas, los guijarros y las conchas del fondo arenoso se yergue un palacio; en él, una mujer de melena roja sostiene un libro en las manos. Trata sobre las sutilezas de traducción de la novela de un asesino a punto de entrar en una habitación donde un hombre sentado imagina que imagina un gato.
En este ejercicio hay que poner una atención exquisita. Si el asesino entra en tu habitación, si el gato despierta, si una dama pelirroja roba un caballo y huye, si un traductor pierde el interés por su oficio, desaparecerás, atrapado sin retorno en un círculo de inexistencia.