Cartas
Cuando yo era niño, antes de que apareciese el mundo instantáneo, antes de internet, la mensajería o los teléfonos móviles, para escribir a una persona que estaba lejos había que poner las palabras sobre un papel, esto es, dibujar con tinta mediante las propias manos cuidadosas los trazos de las letras de ojales amplios, procurando que emanasen legibilidad, ardor, predisposición estética y educación. Después el papel se doblaba en cuatro, se metía en un sobre y se entregaba a un hombre vestido de gris con estas o parecidas razones: señor, le ruego a usted que traslade esta carta a esta persona en la que he puesto mis ojos y mis altas esperanzas, que vive en Madrid, en una casa de ladrillo antiguo cerca de un parque. Para asegurarse de que el hombre no las echase en olvido se anotaban esas mismas señas, aunque en un tono más formal, por la parte exterior del sobre.
El hombre de gris no estaba en disposición de ir a Madrid personalmente, pero ponía el sobre al cuidado de otro hombre, como él, de gris, encareciéndole que cumpliese la petición del remitente de la carta. Y este hombre le traspasaba la misión a otro, y este al siguiente, ya que todos juntos constituían una cofradía, los carteros, que se tomaba con profunda seriedad su cometido. Y de mano de mano y de tren en tren y de saca en saca, a caballo y bajo la nieve, el papel humedecido por el bochorno de la tarde que plasmó una voluntad trémula un día de verano al borde del mar cruzaba España camino de Madrid, salvando encerronas, ataques rabiosos de los lobos, derrumbes de túneles ferroviarios, ventiscas, guerras, montes, soledades y el encanto de una maga como un espejismo del ser que confunde dos años largos a un cartero perdido en las proximidades de Venta de Baños. Llegaba a Madrid dentro de su sobre arrugado, chamuscado, maltratado, asendereado, el papel donde el remitente por ejemplo decía: es mucho el amor que siento por usted; en las hojas temblonas de los tilos perduran los ecos de aquella última tarde y no se ha desvanecido la luz de las linternas de papel en la enramada; mi señora tía le manda todo su afecto; la silueta de los pájaros forma signos en el cielo del crepúsculo como si fuesen presagios; no veo el momento de poner mis ojos en los suyos, dulzura de mi corazón, sol de mi vida. El sobre se rasgaba, se desplegaba como un ave blanca de papel en las manos del destinatario y exhalaba una niebla de paseos junto al mar, un olor de salitre, un viento húmedo que agrandaba el corazón en el pecho y lo inflamaba con el deseo infinito del horizonte, la turbulenta distancia y el destino, digamos. Así era escribir entonces.
Das mucho que pensar. El correo del zar. La mensajería instantánea no es buena para personas impulsivas, que se arrepienten también instantáneamente, a mí me ha pasado, y a casi todos.
En el respaldo de los asientos del tren expreso procedente de La Coruña con destino a Barcelona Término que, entre otros, yo tomaba a menudo, a veces con nocturnidad y cierto peligro, había fotos de lugares, deduje, importantes para la red ferroviaria. Unas eran de Miranda de Ebro, otras de Venta de Baños. La memoria es algo increíble y la asociación libre también.
Tengo que comentarte más a menudo, porque visitarte ya te visito.
Te pongo un enlace, bueno, dos, y un abrazo.
https://youtu.be/wH2E-9mKzyQ
https://youtu.be/atvDnpiQqFs
Publicado por: José Luis | 01 febrero 2020 en 12:48 p.m.
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Hola, José Luis, ¡cuánto tiempo!
Por Venta de Baños he pasado un millón de veces en tren (si sales de Cantabria en tren, es obligatorio) y me he tirado parado allí muchas horas; pero jamás he puesto pie en ella; ni siquiera he visto una foto. Perfectamente podría no existir más allá de la estación.
La noticia de tu música ha sido toda una sorpresa. Me gusta mucho. ¡Y me alegro! :) Llevo un buen rato poniéndola en bucle.
Debería haberlo imaginado, dado que eres músico profesional: pero como siempre hemos hablado de literatura y fotografía... Gracias por mandármela.
Un abrazo. Me alegro de saber de ti.
Publicado por: Juan Avellana | 03 febrero 2020 en 12:31 a.m.
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Así exactamente imaginaba las cartas que ponía en el buzón. Intentaba llegar cuando aparecía el cartero en una vieja vespa amarilla para poner todas mi esperanzas en su saca...
Supongo que el leer Miguel Strogoff distorsiono mi realidad y, sospecho, que la tuya :)
Publicado por: Beauseant | 03 febrero 2020 en 12:55 p.m.
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¡Chist! Vale, igual no era exactamente así. Pero los nacidos después del 1995, pongamos, seguro que no lo saben ;)
Publicado por: Juan Avellana | 04 febrero 2020 en 01:03 a.m.
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Hemos delatado nuestra edad sin querer :)
Publicado por: Beauséant | 04 febrero 2020 en 10:48 p.m.
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Bueno, yo del 58, siglo pasado. En mi trabajo actual, como en el anterior, era el más mayor. En cierta manera semiinvisible.
Publicado por: José Luis | 05 febrero 2020 en 12:24 p.m.
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