Noche y día
De reojo, veo la luz en los árboles. Se va la tarde mientras escribo. Cada letra que pongo en el texto es una letra que le quito el día.
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En el texto imagino ajedreces. Un ajedrez con casillas de agua y arena cuando se retira la marea. Un ajedrez romántico: ocho poetas, dos caballos salvajes, dos torres solitarias, una reina melancólica, dos alfiles místicos, un rey loco. Un ajedrez de olas blancas y de olas negras.
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Cuando se espesan las sombras, algunos pétalos se encienden. Refulgen en la oscuridad, rojo y rosa. Como si a cierta hora tranquila sacasen el color que llevan dentro.
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Aprendo que en latín luciérnaga se dice cicindela. La palabra misma es una luz pequeña que titila en la noche.
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Esta página sigue el rastro de los barcos que están en la mar. Ayer eran 227.000. A diez tripulantes por barco —pongamos— salen dos millones de marinos embarcados. Si en medio mundo ahora es de noche, hay un millón de almas acodadas en la oscuridad sobre la borda; durmiendo bajo el sonido del diésel; leyendo a la luz de una bombilla, a solas, lejos de tierra.
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El ajedrez de los pájaros: ocho gorriones, dos mirlos, dos lechuzas, abubillas, un halcón, un águila.
El ajedrez en cada una de cuyas casillas se juega una partida de ajedrez.
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Quiénes lloran, cuántos perros de cada cien se han perdido, en cuántas oficinas sin ventanas fracasan los planes de una vida. Quién podría hallar utilidad en una estadística de tristezas, y para qué.
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Cuando sueñan, las piezas del ajedrez están sobre un tablero que permite moverse a cualquier casilla. En él, además, todas las elecciones son buenas.
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Tantos otoños y me sorprende el otoño. Este bellísimo ensayo de la muerte. Mirad la viveza arrogante de ayer mismo, cómo se vence; cómo se apaga, dulce y ámbar; y este frío ahora, cómo es posible.
La muerte, la que abre camino a las promesas.
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La luz de la tarde se ha disuelto en la noche como tinta en el agua. Detrás de un tejado sale la luna.
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Dos faros, ocho velas blancas, el sol, la estrella del norte, los cuatro vientos.
Quizás nuestras vidas sean un ajedrez. Un juego en el que nadie nos ha explicado las instrucciones y todo se limita a un mover piezas sin sentido esperando el momento mágico en el que todo tenga alguna lógica.. una luz en medio de la noche, una voz que creías olvidada... ese tipo de cosas.
Publicado por: Beauséant | 04 octubre 2020 en 05:47 p.m.
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Hola, Beauséant. Qué buena idea. Con la esperanza de un sentido se puede jugar una hermosa partida. ¡Es muy sugestivo!
Publicado por: Juan Avellana | 05 octubre 2020 en 12:42 a.m.
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La faena es que cuando por fin empiezas a entender el juego, te mueres ;)
Publicado por: Beauséant | 11 octubre 2020 en 10:44 p.m.
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