Avellana: su cuaderno de viaje X

La ceremonia vespertina de los pájaros

 

Les echan comida a los pájaros en un campo de arcilla aplanada. Arroz cocido con azafrán, dados de pan verdes y rosas, semillas como pétalos, bolitas transparentes, estrellas tibias de olor de tierra. Los pájaros bajan a la caída de la tarde. Se posan sobre la arcilla. La gente calla y contempla la majestad de las aves de plumas irisadas, o níveas, o azules y fucsias, de cuellos largos y crestas de ángel. Solo aceptan bocados perfectos. Abren las alas enormes, como el velamen de un barco celeste. Se pasean entre los trozos de comida y la desprecian. Uno de los pájaros se acerca a un mendrugo aquí, otro se fija en una bolita allá, pero no los prueban. No importa. El pueblo los mira en silencio. De pronto, uno levanta el vuelo. Todos los demás lo siguen, hacia lo lejos, a lo alto. Casi se ha hecho de noche. La multitud se dispersa.

 

[Avellana: su cuaderno de viaje IX]

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Comentarios

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Siempre me ha parecido mágico ese instante en el que los pájaros, casi de repente, deciden elevar el vuelo como si fuesen un único cuerpo...

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Hola, Beauséant. Es verdad, esos movimientos unánimes tienen algo fascinante

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