Abril

Huele a jazmín; el aire es tibio; la luz de la tarde se ha encendido. Llevo un rato afuera, quieto, escuchando. A punto de oír otra voz en la voz de los pájaros.

 

El jazmín de invierno, una tarde de abril, el canto del mirlo. Tres elementales poéticos. Y sin embargo, viniendo desde mi vida, esta escena me parece tan inesperada como ver atardecer en un nuevo planeta. El otro día leí esto de Benjamin: «Para apoderarse de un sitio hay que haber entrado en él desde los cuatro puntos cardinales, e incluso haberlo abandonado en esas mismas direcciones». Igual con un hecho sucede lo mismo. Igual no hay un milagro sin un punto de vista.

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Un hombre dibuja dos redondelitos juntos en una hoja de papel y en eso cae muerto, en mitad del gesto. Quizá iba a dibujar unas gafas. O una bicicleta. Quizá había empezado a escribir oocito. Para completar el significado del dibujo, queremos saber cuál era la intención del hombre; adónde iba, por así decirlo.

Cuando miramos al mundo, creemos que lo vemos en mitad de un gesto.

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«Amapolarse. Pintarse la cara de carmín las mujeres» (DHLE) (DLE).

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Esbozos:

Un viejo charlatán va por las ferias con su carreta enseñando un ángel y un monstruo. Nunca aparecen juntos. Primero uno, luego el otro.

 

En el piso de arriba comienza a sonar una música sobrenatural, maravillosa. Un día coincidimos con el dueño del piso en el supermercado. Intentamos sonsacarle discretamente quiénes son los nuevos inquilinos. Con aire de fastidio nos dice que no, que sigue sin conseguir alquilarlo.

 

En una pequeña ciudad del Cantábrico, una noche hacia el final de la primavera, cada uno de sus habitantes sueña el mismo sueño. Está de pie en una orilla; delante de él, en el agua calmada que espejea, se yergue una columna negra o una viga, parecida al asta de una letra. Estas 50.000 personas acabarán presenciando esa escena en algún momento de su vida, a lo largo de los años. En el encuentro real, la orilla por lo común es una playa, aunque a veces también un lago, una llanura cubierta de espigas; el hito puede ser —en vez de una pilastra— una antigua grúa, un torii, un bolardo.

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En los comentarios del blog, L. me dejó esta cita de John Berger «Aquí, en la tierra, la gente busca la belleza porque les recuerda vagamente el bien» (Hacia la boda).

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Uno quisiera oír la confirmación del mundo en la voz de los pájaros. La primavera, esta primavera extraordinaria, engendra y hace crecer lo que está vivo. El ser corre como un río. Bajo los cielos de estas tardes veo pasar el tiempo que me acaba. Veo que esta vida de ahí es a la vez mi muerte; pero esto lo digo como una constatación tranquila. Exactamente para eso tenemos la palabra elegíaco: para celebrar el esplendor y su tristeza.

 

 

[W. Benjamin, Diario de Moscú. La traducción es de M. Delgado. Taurus, Madrid, 1988].

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Comentarios

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Los pájaros conocen el mundo mucho mejor que nosotros, quizás porque ellos sí que han podido entrar y salir desde los cuatro puntos cardinales. Por desgracia hablan en un idioma que nos resulta incomprensible, o quizás no incomprensible, extraño pero vagamente familiar. Una lengua que supimos hablar en su momento pero olvidamos.

Un abrazo

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Qué idea más bonita: una lengua que compartimos pero hemos olvidado. Qué bueno.
Un abrazo, Beauséant.

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