El mundo

El señor Nakamura ha dedicado su vida al arte del origami. Vive solo; es un hombre sin familia. La sala de su casa la ocupa una ciudad blanca rodeada de campos ondulados y nubes en lo alto. En ese mundo de papel no hay detalle que no asombre por su perfección minuciosa. Y cada pieza está animada con un pequeño movimiento que recuerda a la vida.

Una noche desapacible, el ferry en el que vuelve de su oficina se hunde en la boca de la ría, y con él Nakamura, que siempre viajaba leyendo en la bodega. En el piso deshabitado, la ciudad de origami repite a solas sus gestos perfectos. Los coches están detenidos en los semáforos intermitentes; las figuritas de personas parecen ir y volver a sus tareas; dos trenes se cruzan bajo un puente; las nubes surcan de un lado a otro el techo de la habitación; revolotea una bandada de palomas.

En el cielo del mundo verdadero pasan los días y a través de las ventanas de la sala los crepúsculos colorean de rosa las alas de las grullas y las hojas blancas de los árboles. En la ría, los juncos tiemblan con la brisa. Una carpa dibuja un redondel en el agua.

 

[Grulla]

« Verano (otra vez) |Septiembre »

Comentarios

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El señor Nakamura era un Dios y no lo sabía...

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Hola, Beauséant. ¡Exactamente!

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