Vino un pájaro y dijo
Vino un pájaro y dijo: «Estos son los últimos días del verano». Y en efecto, llegaron, días de sol como sacados de un recuerdo. Los vi pasar despacio, con su luz en mis manos.
Hace solo tres semanas y parece muy lejos.
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El viaje a Isia comienza como tantos otros, en un tren a través de Castilla. Allá al fondo del paisaje, las tejas y los muros de adobe de un pueblo que he visto mil veces y que solo es un nombre. Si ahora pita el tren y los del pueblo levantan la mirada hacia acá, a mí me verán como un punto en su horizonte. Y seré yo lo que esté al fondo.
Ni siquiera esta inmensa llanura clara que se funde a lo lejos con el cielo es un lienzo en blanco para trazar las líneas de una biografía. Las vidas se apilan, las trayectorias de la gente van y vienen; el mundo está tramado, enteramente escrito.
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En Isia los textos se fabrican a partir de una veta que se excava del fondo de la noche. Se sacan frases cortas en bruto, terrones coloridos que hay que deshacer, cerner y lavar. Digamos siembran las esperanzas al comienzo de la estación; peces secos, azules; en la sombra de la luz de las estrellas; la anticipación de su propio nombre; al borde de la casa de las flores; hasta donde llega el naranja, frases así. Una vez procesada, separada y fundida, esta materia se hila en frases comprensibles y se teje en párrafos y en textos. Se espera que al final sobreviva algo de aquella inocencia cruda del material original.
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Esas piedrecitas traslúcidas de cristal pulido que devuelve la marea, en otro universo son semillas. Si aquí se plantan en un rincón del jardín y se riegan con agua salada, allí crecen unos árboles esbeltos que dan unas drupas casi trasparentes de sabor fuerte, pero muy agradables.
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Es tan complejo su calendario que los sacerdotes tienen que interpretarlo cada madrugada, escudriñando el cielo y los signos. Los isios se enteran por la radio de qué día es hoy mientras toman el café del desayuno o se lavan los dientes.
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Igualmente, la mensajería de nubes requiere un largo arte y es tediosa. El sacerdote escribe el mensaje en la corteza balsámica de un cedro y la quema; el humo asciende e impregna una nube que pasa. Quinientas leguas después, un sacerdote en Isia ve llegar la nube, saca su diccionario, interpreta los grises, los blancos algodonosos, y escribe.
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Todo el mundo conoce a alguien que se curó oyendo el canto de un verdecillo o de un jilguero.
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Miran al extranjero con curiosidad, cómo tiene piernas, brazos, codos, la cabeza encima de los hombros. Les maravilla que se dé tan buena maña en hacer de persona normal con todas las partes en su sitio, cuando él es un forastero. Como un gato dirigiendo una orquesta o un niño disfrazado de adulto.
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La vuelta del viaje a Isia, como de tantos otros, es una vuelta a pensar sobre la vida.
Lo que quiera que sea el sentido debe estar al alcance de los pájaros.
Un extraño viaje el que propones hoy.. Los habitantes de la isla parecen tan ocupados que no creo que hayan tenido tiempo de inventar el mercado de valores, la guerra o los deportes de equipo...
Supongo que son felices, ¿no?
Publicado por: Beauseant | 02 noviembre 2023 en 11:52 a.m.
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Hola, Beauséant. Yo creo que sí lo son, aunque no siempre. Ahora que lo pienso, precisar las ocasiones que no lo son... quizá daría para otro post 🙂
Publicado por: Juan Avellana | 02 noviembre 2023 en 08:19 p.m.
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Pues ya tienes trabajo para estas fiestas ;)
Publicado por: Beauseant | 10 diciembre 2023 en 01:32 p.m.
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¡Jajaja! Vale, me lo pienso :)
Publicado por: Juan Avellana | 10 diciembre 2023 en 09:06 p.m.
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