Sentido y formas
Las letras sobre la página no dicen nada. Son motas, pecas, margaritas en un prado, estrellas. Puntos sobre un fondo, como copos de nieve en la noche, como pájaros. Somos nosotros los que soñamos el significado. Cuando despertemos, serán verdaderas sin necesidad de decir nada.
«Es Viernes Santo. En la terraza está el cerezo florecido, el jazmín de primavera y una azalea de flores cremosas, también blancas. Llueve. Hay una orquídea blanca en una esquina oscura del salón. Estoy rodeado de pétalos blancos y la sombra de la tarde que termina».
Lo anoté hace solo doce días. Luego han venido el sol, el cielo azul, el viento de primavera. Del cerezo y la azalea cuelgan unos pocos pétalos marrones. El apunte es ya un recuerdo; no puedo ponerlo vivo.
La parte viva de una letra vive menos que un pétalo. Y sin embargo, en cuanto publique estos párrafos, dará igual cuándo se hayan escrito. Se podrán leer con otra lluvia, otro abril, otros cerezos. Una vez dadas, las letras ascienden y se convierten en una cosa, semejante a un espíritu, que no está viva como una flor, pero tampoco muerta.
Luego vino el apagón, ya sabéis. Había multitudes por la calle buscando cómo volver a casa. La mía quedaba a nueve kilómetros, según el mapa del teléfono, así que eché a andar. Anduve y anduve; dejé de reconocer las calles. En un momento dado, el mapa me mandó seguir por una carretera que atravesaba la puerta abierta de un gran enrejado que parecía cerrar la finca de un hospital o algo así, porque tenía un aire severo. Me detuve, pero entonces entró por allí un autobús urbano y yo fui detrás.
Al cabo de doscientos metros me di cuenta de que me había metido en el cementerio de La Almudena. El autobús volvió en sentido contrario y se fue. Sin embargo, el teléfono parecía muy seguro de sí mismo: ahora a la derecha, ahora a la izquierda, para acá, para allá, adentrándome cada vez más por las calles de una ciudad de muertos mayor que la ciudad en que nací. La escala de la muerte era sobrecogedora. Tantos nombres, tantas piedras, durante cuánto tiempo. Me paré, en la calma del día soleado, a mirar alrededor, en el centro de aquel círculo de silencio. Qué hago hoy aquí en medio, pensaba. Cómo he llegado aquí. Qué significa.
Entonces se me ocurrió que es muy difícil no buscar un significado, porque el destino puede no tener un sentido, pero tiene una forma. Y toda forma parece a punto de decirnos algo.
Estuve hace poco en ese cementerio buscando a escritores ya olvidados.. así juega el destino, ¿verdad? En medio de un apocalipsis te lleva al cementerio para que tengas un memento mori, para recordarte que sobrevivirás a ese fin del mundo pero no al siguiente....
Las palabras son olvido una vez escritas, pero se convierten en realidad cada vez que alguien vuelve sobre ellas.
Un abrazo
Publicado por: Beauséant | 02 mayo 2025 en 04:57 p.m.
*
Yo nunca había estado, ya ves. Al final, el mapa tenía razón: me sacó por una puerta lateral y me llevó bien a casa, atajando por entre las tumbas como si fuesen transparentes (bueno, supongo que para una máquina lo son). Pero claro, si lo encadenas con todos los hechos extravagantes del día, daba la sensación de que estaba guionizado. Sí, fue un memento mori.
¡Un abrazo!
Publicado por: Juan Avellana | 02 mayo 2025 en 11:57 p.m.
*