Los soñadores

Todos los años, al principio del verano, una reata puntual cargada con trebejos y sabios sube por laderas y cuestas hasta Pintigiane, aldeúcha de montaña. Por entonces, y durante una semana de la luna, los muchachos de Pintigiane sueñan con batallas remotas, con velas extranjeras en el horizonte, con dientes de difuntos, con discursos de reyes, con heridas como estrellas de sangre, con una flor amarilla que relumbra en las sombras de un bosque. Durante una semana, los muchachos de Pintigiane sueñan la historia del reino.

Un sabio vela la noche entera a la cabecera del camastro de un adolescente y toma nota de sus balbuceos. Quizá puedan alumbrar el sentido de un edicto inexplicable, refutar una leyenda o refinar una etimología. Alguna vez el soñador se calma, abandonado por la fiebre, suave la respiración. Los pensamientos del mago se acompasan al pecho del joven como un rumor de olas. Perdido en la niebla de sus vastos saberes, el sabio se aduerme, y en su sueño empiezan a entreverse siluetas y a oírse voces. Un peligro, porque si este viejo cansado se confunde, ¿quién sabrá decir un día qué parte de los libros es historia verdadera y cuál sea sueño?

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