SpY. 11M

Pictograma de un tren llorando

SpY: intervención en las vías de Atocha en memoria de las victimas del 11M

La espera

Tengo un arbolillo en la terraza, un palito, plantado en una maceta. Lo compré una vez durante un viaje en coche, hace unos años; una señora los vendía al borde de la carretera. Era una mujer vestida de oscuro y muy amistosa. Me explicó cómo funcionaba y me deseó suerte.

A finales del verano pasado cayó un granizo desolador mientras yo estaba fuera, de vacaciones. Luego llegó el otoño y el árbol se replegó del todo. Le quedaron unas yemas petréas que nunca acabaron de brotarle; ahora que empieza a hacer sol de nuevo, salgo y las miro en busca de cambios. Arrimo los ojos y las escruto. Quizá ha acabado de morirse con algún hielo del invierno y yo estoy mirando un trozo de materia inerte, no sé. Así que he cogido la cámara, la he puesto en macro y he fotografiado las puntas de las yemas. Al ampliarlas en el ordenador me parece que se ven unos píxeles más pálidos.

Últimamente, cuando me preguntan qué es de mi vida, respondo a lo bobo, farfullando, porque uno no puede contestar: «Pues yo diría que llevo una vida antiheroica», que es lo que me parece a mí. Antes, igual que tantos, escogía los hechos de mi vida como ordenados por un sentido ulterior, pongamos: sigo escribiendo, estoy aprendiendo tal cosa, me voy al extranjero, me rebelo, nos gustaría buscar un piso, etc. Un sentido que no es necesario manifestar —impúdicamente—, porque los hechos ordenados ya esbozan la silueta de uno que está por ser artista, por criar unos hijos, por hacerse rico, por reparar el mundo, por conocer la vida real, o lo que fuere.

En cierto modo, era una vida en obras. Una vida análoga al camino del héroe que se dirige, entre los elementos narrativos, a completar la forma de la narración. De ahí antiheroica: ahora se trata de vivir una vida despojada, sin sentido añadido y sin héroe, sin construcción. Encontrarse con alguien y responder: «¿Qué es lo que haces?». «Pues nada». Y haber dicho una buena verdad.

Además de eso, con antiheroica también quiero decir modesta, sin trascendencia.

Si no fuese un retorcimiento vanidoso para hacer de la necesidad virtud, incluso así, parece un empeño dudosísimo. Hay que esquivar el ascetismo, que es una forma de sentido; la contemplación, el zen, el recogimiento, la estupidez, el arte povera, el pop o la ironía, por enumerar algunos peligros de confusión por vecindad. Para evitarlos es precisa una firme perservencia en el estilo, y así no es posible fabricar un vacío limpio de dobleces románticas. Porque eso no es el viento que pasa entre las hierbas de un descampado, sino el vacío de una instalación minimalista en un museo, digamos: una ausencia notoria, un hueco lleno de sentido que discursea sobre la terca voluntad de estilo que, a fin de cuentas, lo ha engendrado.

Y sin embargo, dando un paso a derecha y otro a izquierda, de tanto enderezarse, de tanto fingir, a veces uno se encuentra sinceramente siendo. Las cosas ahí, yo aquí, ahí las personas y las plantas, aunque sea solamente un rato, y así más y más, si es posible, hasta que se vuelva por fin un hábito, o un olvido.

Sólo defenderse

El hombre que mató a Liberty Valance expone poderosamente el problema de defenderse mediante la fuerza o mediante la ley. Hace poco volví a verla y me pareció una discusión anticuada: en los días de nuestra democracia, el problema es encontrar a alguien que quiera defenderse.

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