El mundo
Yo digo, imaginemos, prefiero no conducir automóviles y ocurre a menudo que mi interlocutor entiende es preferible no conducir automóviles, como si yo hubiera enunciado un principio general en vez de un modesto caso. Habida cuenta de que cada vez sé menos, cada vez me resulta más perturbador que me tomen por alguien que sabe cosas o cree saber cosas, así en general.
Y sin embargo, es una confusión razonable porque obedece al lenguaje mismo. El lenguaje predica el mundo de dos maneras: una cebra ha venido a beber al aguadero; hay sal sobre la mesa; se ha adelantado la cosecha este año son frases que señalan hechos entre los hechos que componen el mundo. Y luego: el hombre miró la luna por encima del hombro y a los dos días se murió; una vez más ha nacido un niño al llegar la primavera; ha llovido y se ha adelantado la cosecha, puesto que ponen en relación dos hechos del mundo, no con la vecindad sensible de la sal y la mesa sino con una contigüidad vagamente causal, son frases que parecen describir el orden del mundo, esto es, su mecanismo.
De poner una cosa al lado de otra se establece entre ellas una relación de causa. ¿Por qué? Porque, ahora lo entiendo, porque solamente se dice aquello que es causal. Lo que se escoge decir es intencionado; si no fuese así, ¿para qué hablar? Nadie dice he aquí que el marco de la puerta está pintado de verde y las ranas deponen infinidad de huevecillos y hay un olor de canela si no quiere decir algo.
Dos frases seguidas componen un relato; todo relato expresa el orden del mundo. He llegado a esa conclusión y me he quedado mucho rato mirándola. ¡Por tal razón nos contamos historias y las oímos con avidez!
Luego me he puesto a sacarle hipótesis y consecuencias. Al final he parado en la gente que se dedica a escribir historias. No historias vistosas que uno urde para entretenerse, sino historias con aire verdadero, historias intencionadas. ¿Y saben ellos cómo es el mundo? Porque, ¿cómo podría uno decir el mundo si no sabe cómo es?