Un reino de futuros y recuerdos

Mi hermana me manda una foto con el móvil. Se ve una tarta de color blanco en forma de corazón, con flores rosas y hojas verdes y una inscripción que dice: «Felicidades, Claudia». Claudia es mi sobrina, que cumple cinco años. Mi sobrino tiene nueve y medio. Luego está mi cuñado. Le respondo a mi hermana que es una tarta estupenda y ella me contesta: «¿A que sí? Estoy de lo más orgullosa de mí misma».

Viven cerca de Madrid, en una casa que da a unos campos de trigo interminables. Me parece un lugar tranquilo y hermoso. El otro día fui a visitarlos y pensé en ellos, en su vida, en esas tareas: hacer una tarta, madrugar, trabajar, llevar el coche al taller. Los jueves por la tarde mi hermana recoge a los niños de la escuela, deja a uno corriendo o bailando o entrenándose en algo y mientras tanto se lleva al otro a una biblioteca donde pasan el tiempo y hacen los deberes. Cuando han terminado, los tres se van a merendar a una bocadillería que a los niños les gusta mucho. Eso ocurre los jueves: cada día tiene su hábito, salvo los días de improvisar.

En la planta baja de la casa hay un baño pequeño por el que entra a chorros el sol amarillo de la tarde. En la repisa sobre el lavabo, palitos que dan olor, jabones en una cesta, cosas así. Ahí me puse a pensar en la vida de mi hermana y mi cuñado. Si serían felices, con lo que les ha costado llegar hasta aquí. Porque no lo sé. En verdad no lo sé; no los conozco desde dentro.

Alrededor de mí la casa, llena de utensilios y juguetes; los niños, con su pelo levemente rojizo; esas vidas, el ir y venir, sus historias, estos jueves de biblioteca y bocadillo que serán recordados al cabo de muchos años, cuando se hayan perdido tantas cosas que ahora vemos.

Es su obra, lo que los dos han hecho.

Las ventanas de la casa de mi hermana dan a poniente, al cielo inmenso de Castilla y a los trigales. Un camino que pasa junto a su puerta se aleja y se aleja entre los campos, deja atrás una encina patriarcal y se pierde tras unas lomas en la distancia. Siempre que puedo me voy hasta ese árbol. Me gusta llegar allí, enmedio. Se oye el vasto viento solo como si fuese el mar, y las ramas y las espigas le responden.

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