Una sola luz
En lo profundo del invierno, el mundo parece muerto. Pero las hojas saben volver, como si tuviesen una brújula para internarse en la áspera noche y regresar con la primera luz.
Ellas se abrirán, y pronto. Se echa de ver por señales menudas.
Y yo, ¿por qué yo no he de volver?
Vedme aquí, sentado junto a una rama desnuda, preguntándome lo mismo que cada hombre desde el principio del tiempo.
Me lo pregunto de corazón; y sin embargo, parece que estuviese representando un rito. Así veo que se sucede mi vida: cumpliendo los hechos de un destino común y consabido, como si se tratase de la secuencia de aterrizaje de una sonda espacial o los actos de una obra de teatro.
A Macbeth le habían profetizado que nada le ocurriría a menos que el bosque de Birnam subiese a la colina de Dunsinane. Y eso fue lo que pasó: que el bosque anduvo, de una manera imposible de imaginar.
Y así —no lo digo por queja, sino con maravilla— mi vida: ocurre lo esperado, incluso si el argumento debe seguir un curso perfectamente inesperado.
[Soles occidere et redire possunt; / nobis cum semel brevis lux occisus est / nox est perpetua et una dormienda. «Los soles pueden ocultarse y aparecer de nuevo: nosotros, cuando nuestra breve luz se oculta, hemos de dormir una noche perpetua» (Cayo Valerio Catulo, carmen V).]