Antes del invierno
Madurar consiste en sustituir teorías por procedimientos.
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Como cada año, una mañana de noviembre ha desnudado el cerezo. Yo lo riego, pero no parece vivo.
Le quedan las yemas, petrificadas. Justo en el centro de cada una parecería que se ve un puntito más claro, minúsculo, como el pinchazo de un alfiler.
Ese es el tamaño de la esperanza. Y sin embargo, cada año he acabado aprendiendo que con eso bastaba.
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Cuando empecé, escribir era un acto transitivo. Se trataba de escribir una obra; una obra memorable, por cierto. Un día del que no tengo noticia, en medio de los años, se volvió un acto intransitivo. Se trata de escribir.
Contra lo que planeé, no escribo para que quede constancia de que he vivido, sino para la constancia de lo que estoy viviendo.
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Imagina que paseas una noche de invierno por una playa, junto a una mujer. De pronto ella te pone la mano en el brazo y os detenéis. Te hace un gesto para que escuches. El ruido de las olas en la oscuridad lo llena todo. Te dice: «¿Lo oyes?».
Esto se repite muchas veces. Y una noche tú respondes: «Sí».