Fresas bajo la nieve

Trajimos las primeras fresas del año y aquellos días volvió a nevar. Comimos las fresas bajo la nieve.

Cierro los ojos y me imagino una miríada de estrellas girando como estorninos arracimadas en un cielo azul remoto, y un hombre que las mira.

Los domingos a mediodía mi edificio está en silencio. Un domingo empecé a oír algo como un tañido levísimo de campana dentro de casa. No conseguía averiguar de dónde venía. Lo encontré por fin en la cocina. A. estaba desgranando despacio una granada en un bol de loza. Eso era, cada grano que caía en el bol blanco; ese tañido puro. En el silencio.

 

Esto es tirar líneas de un punto a otro; escoger dos hechos y unirlos con la mirada.

 

Toda la literatura consiste en tirar líneas. Consiste en ver y en no ver.

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Una noche, llegando a casa, me llamaron para decirme que se había muerto una conocida. Al rato se cortó la electricidad en todo el barrio y me quedé a oscuras, a la luz de las velas. Pensé en naderías; sentí muchas ganas de estar vivo: lo anoté en este cuaderno.

Unos días después le hicieron un pequeño homenaje. Para ilustrarlo, usaron una foto suya de hace algunos años, sacada de la solapa de un libro. ¡Si se lo hubiesen dicho entonces, mientras se la tomaban!

Qué foto quedará de mí, pensé. Qué imagen cualquiera de mi vida se fijará para siempre, de qué día entre tantos.

Me gustaría escoger esa foto. O mejor: «¿Puedo hacer una etopeya? ¿Puedo retratarme por mis gustos? ¿No os parecen un retrato fiel de lo que fui?». «Sí, muy bien, adelante». Fantasear. Silbar canciones. La arena. Las etimologías. Tener esperanzas. Esa cancioncilla que se llama Sweet Lorraine. Las enumeraciones.

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Los nusios no conocen la Muerte. Igual que nosotros, pongamos por caso, no conocemos un ser que se llame el Nacimiento, ellos desconocen la Muerte. Dirán su muerte, la muerte de aquel, esa muerte de ahí. Para ellos, la muerte no es una divinidad, sino un daimon: una muerte única, pegada a la persona, intransferible.

Se aparece como un bibliotecario barbudo, como una canción, como una vendedora de espejos, como un ajedrecista, como un presentimiento. Una mujer pelirroja con una aljaba llena de flechas; una barca de madera entre la niebla; una comadreja; una nube con una forma insólita; una pantera sangrienta. La muerte de un nusio no habla al corazón de todos, como nos pasa a nosotros; no los interpela; no los hermana. Esa gente extraña, los nusios, que muere tan sola como ha vivido sola.

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Se sabe que el mejor lugar para esconder una manzana es un cesto de manzanas. ¿Y si el Paraíso estuviese a la vista de todos, disimulado entre los pliegues de este mismo mundo, y bastase con seguir un itinerario de puntos en el orden correcto (una progresión de acordes, un hecho de la infancia, el nombre de una estrella, la música de un pájaro, una laguna...), un punto tras otro tras otro, línea tras línea, para dibujar una figura que revelará el rostro de la infinitud?

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