Migración anual de la luz
Un viajero se acerca al final del viaje que ha ocupado la mitad de su vida. He aquí que el penúltimo tramo de su camino cruza el paraíso.
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Antes de dormirme en casa de mi madre, noto que algo en mí ya descansa. A pesar de tantos años. Algo que abandona el cuidado, como si terminase una guardia.
Es otoño. La casa de mi madre todavía está en pie.
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Miro la playa, miro la luz de septiembre a mi alrededor. Y esta pequeña tristeza —esta mitigación, estos tonos amarillos— no sé si está en la luz o está en mí.
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En el arte chino, los Cuatro Caballeros son las cuatro plantas que representan las estaciones del año y su comienzo. El ciruelo chino, la orquídea, el bambú y el crisantemo: el invierno, la primavera, el verano y el otoño.
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La luz se va. En bandadas, hacia el horizonte. Tengo el pensamiento tan puesto en el porvenir, que estoy viviendo retrospectivamente, puede decirse.
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Hay cosas que tienen fin
y cosas que no tienen fin.
Y yo aquí.
(Mi situación en el mundo)
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El recuerdo del verano no es nada al lado del olor del mar en una toalla, cuando deshago la maleta. Si tuviese un hijo, le diría: hijo, qué poco auxilian las ideas.
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«El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible». Oscar Wilde, en una carta.
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Habrá otros veranos. Volverá el cielo luminoso. Volverán las voces de los niños en la luz de la tarde.
Se encontrarán de nuevo los amigos. El embarcadero de tablas se llenará de bañistas. Habrá guirnaldas de bombillas, fuegos artificiales al acabar las fiestas. Volverá la lluvia otro martes de agosto. Habrá humedad de salitre en la penumbra de una habitación.
Todo final es un punto cualquiera en medio del camino.