Esta raya en la arena
Hace un tiempo, viajé a casa de mi madre para pasar la Navidad y encontré que había decorado los cristales de las ventanas con unas figuritas de plástico pegadizo, transparentes y coloridas como gominolas. Mirabas el cielo de invierno y veías la estrella, las nubes o la luna suspendidas junto a las figuras amarillas, verdes, rojas, de mi madre. Han pasado algunos años y todavía cuando miro desde mi ventana en esa casa sigo viendo aquellas figuritas que duraron quince días.
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Antes yo quería ser esto o quería ser lo otro, y aquel llegar a ser era una fuente de muchas preocupaciones. La edad me ha despreocupado, porque ya soy. Lo que sea, da igual: soy cosa hecha. Ya solo me queda estar.
No me recuerdo especialmente feliz por ser esto o lo otro; en cambio, si se está bien, estar puede ser maravilloso.
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Hacia allá queda el pasado y allá enfrente el futuro. El pasado alcanza hasta aquí, hasta esta raya, a partir de la cual empieza el futuro. Aunque sea una raya en la arena que acabo de trazar yo, traspasarla es metafísicamente imposible. De ahí hacia adelante no se ve.
El pasado sí se ve; aunque no se sabe qué. Desarticulado, informe, cambiable, una niebla sin sentido. El pasado y el futuro se diferencian por su clase de irrealidad.
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Una frase sacada de cada mes de 2022 en este blog:
Un sueño que he olvidado,
una ciudad al final del invierno,
semillas como pétalos,
acantilados mordidos por las mareas.
Una luz sobrenatural que viene del mañana.
Los vencejos, el viento de verano,
el sol amarillo del final de la tarde,
la arena sin pisar.
Las galaxias, los vastos vientos tibios, el destino.
Ceniza de los días que ardieron,
el fulgor amarillo de las hojas caídas,
una estrella sola en el cielo azul pálido.
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Una estrella sola en el cielo azul pálido. Esa imagen me he traído de mis Navidades allí. El símbolo de la única cosa capaz de traspasar la raya en el suelo donde empieza el futuro: la aspiración a lo alto, la alegría, el deseo del mañana, la esperanza.
Feliz año.