Avellana fuera de contexto

Nos disponemos a pintar un jardín que es símbolo del mundo. Tiene hierba, flores, un cielo sereno, una tapia de ladrillo. Bien, pues este jardín debe incluir, entre la hierba, las figuras de la ausencia de otras flores.

 

El Juan Avellana de ayer le deja mensajes al de hoy. Fases sueltas, apuntes, citas, que a veces me cuesta comprender, como tablillas de una civilización desaparecida. Algunas veces el Juan de ayer es inalcanzable: «He comprendido la dirección de los sueños. En Venecia y en Berlín», dice una nota. Qué bárbaro. Un poco más abajo: «Los gatos invisibles». El Juan de ayer siempre me parece más listo que el Juan de hoy.

 

Anochece ya. Incluso mayo tiene sus límites.

El cielo es azul profundo, como el añil de lavar. En los claros de las nubes que la tormenta ha limpiado se ven algunas estrellas.

Mientras el cielo esté bien, todo está bien.

 

Y si son los ojos los que están cargados de maravillas.

 

[Una mujer coja. Un hombre que viene con un recibo sin cobrar], dice otro apunte. Escrito así, con corchetes.

Un zoo con animales: pero los animales están ordenados de acuerdo con el emblema de la pasión que representan.

Un cantaor, Arcángel, canta en el Telediario: «Siempre esperando el futuro / y el futuro ya ha pasado».

 

Junto a mi casa, en un parquecito de paso, en plena ciudad, han crecido algunas amapolas en un alcorque. Raquíticas, traslúcidas, famélicas. Las únicas que he visto este año. Cuando voy y vengo del trabajo las saludo interiormente con ternura.

 

Seguro que existe una palabra japonesa pentasílaba que se traduce como «esa sensación de que la vida está sucediendo en otra parte».

 

Hay cierta asimetría cruel en el tiempo de la vida: aquella edad que amé —el sol, el río, la amapola— ya no existe; pero este joven que amó sigue existiendo ahora.

 

Hace un rato he oído al mirlo cantar en la tormenta. Aunque yo no diría que el mirlo canta. Parece más una recitación, una meditación o un rezo.

 

He aquí una mujer con coleta. Hace pastas, hace fotografías y las retoca, trasplanta retoños. Hace cosas y se las da a la gente. ¿Te imaginas que la naturaleza hace pájaros, ponientes, espuma de las olas, de la misma manera?

 

Hay un modo de pensamiento en el que cualquier desgracia se presenta como una lógica. Yo lo llamo antiparanoico, porque a uno nadie le hace nada, ni siquiera la suerte o el destino. Todo lo que le sucede proviene de algo que es, que ha hecho, que no ha hecho, uno mismo.

 

Nos pasamos la tarde con R. Es médica. Un día le pregunté a otro amigo por la especialidad de R. y me contestó: «Cuando entras al hospital, no quieres verla». Es intensivista. Esta mujer delgada y habladora, tirando a ingenua, es la última cara que algunas personas ven.

Se me ocurre esta historia: en vez de una capa negra y un atroz rostro blanco, la muerte es una chica normal que desconoce su propio trabajo.

 

Una vez paseamos por aquí, hace tanto tiempo. Me gustaba que te gustase la luna.

Into dark lands under strange moons (The Hobbit, p. 15).

A fairy tale is not a text. Lo dice Pullman en la introducción a su reescritura de los cuentos de Grimm. Es difícil expresarlo de modo más bello.

Y en tus ojos la luz de la edad.

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