Non sum
Me encontré sin querer esta página de Amazon que vende la traducción al inglés de Las preguntas de la filosofía (que no he leído), de Fernando Savater. Escrita en un idioma extranjero, perdida de su contexto, la primera frase del libro:
«Recuerdo muy claramente la primera vez que de verdad comprendí que tarde o temprano tendría que morirme».
resplandecía como el principio de una gran novela. Así que seguí leyendo y leyendo hasta donde Amazon me dejó leer gratis. A mí me parece que Savater es un extraordinario narrador de ideas, esto es, un gran escritor. Mientras recorría esas páginas de muestra volví a sentir —no me suele pasar a menudo, ahora que me he hecho mayor— que la literatura, esto es, la forma en que se dispone lo que se está diciendo, puede servir por sí misma para generar conocimiento, lo cual me parece asombroso.
Por lo demás, el final del primer parráfo hizo sonar una campana: la revelación de la muerte a un niño de diez años es, sobre todo, el descubrimiento de su carácter personal. Y en eso pensaba, justamente, cuando escribí hace un par de semanas el párrafo del anacoluto (parece que Savater es un poco más precoz que yo). Se me ocurrió aquella inconsecuencia de la gramática como el correlato visible de una aporía fundamental: la imposibilidad lógica de encajar la muerte en la vida de uno —valga el pleonasmo— vivida en primera persona. Es decir, en la mismísima vida.
La vida de otros es un relato que concluye en su muerte. «Él fue y un día dejó de ser»: en esos términos, la razón puede responder sin problemas, aunque sin mayor convicción. En cambio, la vida de uno es propiamente la vida. Experimentada, no oída ni vista. Y es esa vida, la vida por antonomasia, aquella que nos sirve para imaginar las de los otros, la que termina en una dislocación lógica por donde no se puede seguir.
*
Al final me he acordado de otra cosa. Siempre me estoy acordando de otras cosas que se ramifican y entroncan con mis cosas, hasta el punto de que yo creo que escribo borrando, y no escribiendo. Digo que me he acordado de un epitafio latino que me crucé hace muchísimo, cuando estudiaba latín vulgar, y que me impresionó tanto que nunca no lo he olvidado. «Quod fueram, non sum»: Lo que fui, ya no soy, le habían hecho decir los romanos al muerto, en su lápida. Algo imposible. Al final, podía haber borrado el post entero y haber copiado esas cuatro palabras que explican mucho mejor que yo todo lo que he dicho.
[El primer párrafo de Las preguntas de la filosofía, en su versión original en español:
Recuerdo muy bien la primera vez que comprendí de veras que antes o después tenía que morirme. Debía andar por los diez años, nueve quizá, eran casi las once de una noche cualquiera y estaba ya acostado. Mis dos hermanos, que dormían conmigo en el mismo cuarto, roncaban apaciblemente. En la habitación contigua mis padres charlaban sin estridencias mientras se desvestían y mi madre había puesto la radio que dejaría sonar hasta tarde, para prevenir mis espantos nocturnos. De pronto me senté a oscuras en la cama: ¡yo también iba a morirme!, ¡era lo que me tocaba, lo que irremediablemente me correspondía!, ¡no había escapatoria! No sólo tendría que soportar la muerte de mis dos abuelas y de mi querido abuelo, así como la de mis padres, sino que yo, yo mismo, no iba a tener más remedio que morirme. ¡Qué cosa tan rara y terrible, tan peligrosa, tan incomprensible, pero sobre todo qué cosa tan irremediablemente personal.]