Noche de verano

Una noche de este fin de semana estaba sentado en el andén del metro mirando mis mensajes en el teléfono: mis amigos me contaban nacimientos, viajes y muertes. Hacía un calor inaudito. Alrededor, la vida desorbitada de la ciudad, hirviendo. Levanté la cabeza y pasé un rato pensando en cómo traer la noche aquí, pieza por pieza, mediante una sola enumeración.

Pero últimamente todo lo que escribo son enumeraciones. Aparte de un vicio de estilo, quizá se corresponda crecientemente con el mundo tal como se me presenta. Que está ahí, innumerable, ajeno a la comprensión, repleto de asombro y como murmurando algo muy grande.

Así yo pongo cosas sobre un campo blanco, y creería que de ese solo juntar se genera una vibración; una relación entre las cosas; una gravitación invisible. Me parece un método tan natural que me miro ahora y no recuerdo por qué alguna vez quise crear, esto es, añadir cosas al mundo, como si fuese poco.

Esa sabiduría o esa derrota —no sé— me ha traído el tiempo: que me importen más los hechos que los actos.

Quién hubiera tal ventura

... sobre las aguas del mar. Una historia antigua.

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