La primavera

Me ocurren cosas muy pequeñas que yo luego escribo con aire de milagros.

Un gorrioncillo en el suelo lleva en el pico una pluma de otro pájaro, una pluma casi más grande que él. Hago un gesto y él se echa a volar con la pluma en el pico.

Una día, mientras las miraba, las hojas de los árboles se sacudieron con un golpe de viento la luz de media tarde, como si saliesen chorreando de un río de luz. Me di cuenta de que ya era primavera.

Antes vivía en las ideas, por así decirlo. Últimamente, sin embargo, en lo que tengo delante de mí. Me estoy convirtiendo en un creyente de lo obvio, parece.

Como si hubiese cumplido sin saberlo esa frase de María Zambrano: «La realidad nos cerca y, sin embargo, hay que buscarla».

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Estamos a finales de mayo. Queda un mes de crecer hacia la luz.

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Siempre tengo la sensación de que cada primavera es la misma, que vuelve a presentarse. No hay primaveras antiguas en el tiempo de la primavera.

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Lo que intento decir es que no se puede refutar el presente. La vida es verdad.

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Vista desde el pensamiento, la realidad es magia: obra como quiere, sale de lo impensado, es desconocida, todo lo arrastra, no espera. Nuestros sabios se desmorecen por comprenderla. Nuestra vida transcurre mirando las estrellas, las corrientes y el vuelo de los pájaros.

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Un día de abril —el que ardió Notre-Dame— Youtube me avisó de que en la página de El séptimo sello alguien había dejado un mensaje en memoria de Bibi Andersson, y fui a leerlo. Ya había llegado la primavera. Vi esa secuencia una vez más. Me da la impresión de que la blancura de la leche en el cuenco ilumina la cara del caballero cuando se la acerca para beber.

El caballero me sigue rondando hoy la cabeza. Y, con él, el Cementerio del Bosque, la extraña luz del sol de medianoche, la vela que brilla en la oscuridad.

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«Aun así, antes de irse, le dejó a Asplund un hermoso regalo: el regalo del tránsito alrededor de sus edificios. Porque si como dice Bruno Zevi, el espacio solo puede comprenderse recorriéndolo, el Cementerio del Bosque es uno de los espacios más delicadamente comprensibles que existen».

La cursiva es mía.

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Un hombre santo enseña a sus novicios el idioma de los dioses, que recorre el mundo. Pero la voz de los dioses se confunde con susurros, con ríos, con ruidos, con ramas. Hay que tener una fe de piedra para perseverar en el bosque hora tras hora, día tras día. La palabra de los dioses ni siquiera se oye.

 

 

 

[La confesión: género literario. María Zambrano. Siruela, 1995.
«El cementerio del bosque en Estocolmo: un paseo al borde de la vida». Pedro Torrijos en Jot Down
https://www.jotdown.es/2013/04/el-cementerio-del-bosque-en-estocolmo-un-paseo-al-borde-de-la-vida/
El séptimo sello. Tarde de verano
https://www.youtube.com/watch?v=keKMI4FZzyg
No quiero que este día acabe
https://avellana.neunoi.com/2014/07/no-quiero-que-este-dia-acabe.html]

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