Noche de verano en la ciudad

En verano, esta enorme ciudad despoblada tiene el aire de un sueño. Las calles vacías, el viento caliente, los semáforos a solas que se abren y se cierran. Así, es fácil ver aquello que no está, como si el espacio que dejan los cuerpos viniesen a ocuparlo los espíritus.

A mí se me aparece mucho el fantasma de lo que nunca llegó a ser. Vuelve, incordia, me estorba el sueño.

De noche, a lo lejos, se ven relámpagos sin ruido, quizá fuegos de fiestas lejanas.

 

Una noche, de madrugada, yo seguía despierto en la azotea, y en lo alto la luna de agosto. Entonces, por primera vez en muchos días fatigosos, se levantó un viento fresco que atravesó la casa. En el silencio, en la ciudad dormida, me llegó el viento de la noche, agradecido en la piel, iluminado por la luna. Las puertas y las ventanas estaban todas abiertas.

Antes de escribirlo, el poema ha ocurrido.

 

El poema es la sombra de otra cosa. De cómo es una cosa en el cielo de las cosas, por así decirlo.

La belleza

El ocaso por detrás de la montaña, la montaña en el espejo del lago.

Cede el calor del día. Unos patos lentísimos trazan estelas rojas en el agua de plata. Cruzan nadando de parte a parte, despacio como el tiempo.

La tarde de verano se consume hasta el púrpura.

Quizá yo, alguna tarde tranquila, oyendo una música, o recordando unos versos antiguos, o comparando las formas distintas de las espigas, inocente, descuidado del tiempo, haya dibujado sobre el espejo del mundo una estela perfecta de felicidad moral, visible durante un rato desde un punto situado un poco más alto, como ocurre ahora.

No sé si eso me justificaría. Al mundo sí. La belleza del mundo vale la pena.

Al final de la primavera

Siguiendo las indicaciones que cada vez nos alejaban más de la autovía, acabamos en una pequeña gasolinera en Tierra de Campos. Después de repostar, aparcamos a espaldas del edificio para comer un bocadillo sentados en el coche, con las puertas abiertas, en silencio.

Volví adentro a preguntar si había café. Lo hay, pero tiene que hacértelo el empleado. Era un señor amable y sosegado, con un suave acento sureño, andaluz o sudamericano. Me dice que esa máquina hace un café estupendo, mejor que el de muchos bares. Hablamos de café, que en la mayoría de los sitios no es muy bueno. Me cuenta que una vez trabajó en un hotel y que los clientes se quejaban del café; pero resultó que el problema estaba en el molinillo, que molía mal. Me apunto ese pequeño conocimiento.

Vuelvo al coche con mis dos vasos de cartón. No veo a A., que debe de estar en el baño. Ahí mismo, tras la línea de avena silvestre que bordea la gasolinera, comienzan los sembrados verdecidos. Hace sol; corre la brisa primaveral. La avena silvestre, crecida, esbelta, se mece a contraluz. Hay árboles frondosos alineados junto al río, nubes, amapolas, un par de silos de cereal, el vuelo de los pájaros. Nada estorba la vista del cielo.

Me dan ganas de volver adentro y preguntarle a este hombre cómo ha venido a acabar aquí. Aquí en mitad de Castilla. Si está a gusto.

Pero no lo hago, claro. Esas cosas no las hace uno.

Mayo

Granos, cáscaras, vilanos, pelusas pegajosas y leves, sámaras volanderas, estos días hay semillas de árboles por los rincones, en los charcos, bajo las suelas. Y sin embargo, de entre toda esa barredura se acabará alzando el tamaño de un árbol.

*

Todas las tardes levanto la vista y navego
en la luz de mayo
allá arriba, en el mar de los pájaros

*

Cada día, bajo la luz rojiza, veo que la tarde madura como un fruto. Y, como un fruto, no sé en qué momento llega a su color perfecto. Un poco más oscuro, un poco más rojo. Así hasta la noche.

 

El cerezo lleva ahí veinte años, más o menos. Este año ha dado seis cerezas. Perfectas, dulces, rojas y redondas, como el corazón frutal de un ángel pequeño.

 

Ahora que caigo, ese cerezo y este blog deben de tener los mismos años. ¡Si yo hiciese un día un post como una cereza!

 

Me entero de que hay algo llamado red de niebla. Quizá sirva para atrapar almas que se separan del cuerpo durante el sueño.

***

Una desconocida le pide que la arrope porque tiene frío.

Me encuentro esto en un periódico:

En vez de los desconocidos que antes veía a todas horas en su casa, en las últimas semanas lo que Carmen se encuentra a menudo son «chiquillos o una mujer que por las noches me dice que la arrope porque tiene frío. Pero ya no les tengo miedo, sé que son alucinaciones que tengo por la enfermedad».

Eso le ocurre a esta mujer por las noches, en su casa.

Es imposible imaginar la extensión de la experiencia humana. Debería haber un altarcillo en cada casa dedicado a la vida de los otros.

 

[Red de niebla:
https://es.wikipedia.org/wiki/Red_de_niebla]
[«La neuróloga que quiere sacar del olvido la demencia más desconocida». El Mundo, 15 de abril de 2024
https://www.elmundo.es/.../a454f8b45a7.html]

El libro

Llevaban dos semanas saliendo cuando compró el libro, escribió siete palabras con sangre en el margen de una página par, lo envolvió siete veces en papel de arroz y se lo regaló sin más, porque la felicidad no necesita motivos y entonces no había en la tierra una felicidad mayor. Antes de diez días habían roto y el libro se quedó sin abrir sobre una mesilla, como otra promesa incumplida. Vinieron otros libros, mudanzas, la vida esperada, la vida inesperada. Las siete palabras pasaron años en la oscuridad hasta que un día la página se abrió a la luz y el encantamiento atravesó como una lanza súbita el corazón al que se había destinado. Pero no lo destruyó de amor, porque ahora el aire estaba quieto, olía a ropa limpia y en el silencio no se oía a los pájaros ni se veían las crestas blancas de las olas a lo largo de la orilla, sino unos montes verdes de contornos suaves que se difuminaban a lo lejos. Y ahora el tiempo de la posibilidad quedaba atrás; ahora todo el tiempo era acto. Por eso el conjuro abrió una herida efímera, como una ventana batida por el viento, por la que entraron unos ojos alegres, audaces y dementes, la luz de aquellos días y un vértigo terrible que parecía provenir de otra vida.

Noticias de primavera en Madrid

El primer día de primavera abrí para airear la casa y lo que entró fue una mañana de sol en una playa del norte. Mañanas luminosas, preservadas como paisajes dentro de un cristal, que tiemblan cuando una ráfaga de aire revuelve las habitaciones de la memoria.

*

El cerezo ha vuelto a dar flores. Ahí está su blancura, su olor leve. El mundo permanece.

—¿Y después, qué?

Pero no cabe preguntar después a la flor del cerezo. 

La flor del cerezo es todo lo que se necesita.

*

De pronto, el rosal tenía hojas nuevas a la vez que hojas viejas. Al verlas juntas, pensé: «Mira, como yo».

Qué primavera verían las plantas si me mirasen a mí. Qué se dirían: «Mirad al hombre, que le ha llegado la primavera».

*

El día de san Patricio estuve afuera; presté atención a la caída de la luz hasta que se acabó. Lo anoté. La primera consciencia del día. Como si despertase del invierno.

*

Esta conmovedora cita de Michaux:

No me den por muerto porque los diarios hayan anunciado que ya no estoy. Me haré más humilde de lo que soy ahora. Será preciso hacerlo. Cuento contigo, lector, contigo que me leerás algún día, contigo lectora. No me dejes solo con los muertos como un soldado en el frente que no recibe cartas.

(Las cursivas son mías).

*

Empiezas a escribir «oh día de primavera» y después ya te da un poco igual lo que siga. Porque no puedes saltar por encima de ese artefacto extraordinario que te permite hablarle de tú a tú a un día de primavera.

*

Para no decir frases vacías, el último recurso es apuntar con el dedo. Imaginemos un caso de duda muy grave, una duda como una inundación. Flotando contigo, como trozos de madera en un río desbordado, bajan algunas cosas que uno ve, y sobre cada cosa viene a posarse su palabra. Son cosas que indudablemente están ahí, que tú ves. Basta señalarlas con el dedo. Digamos sol, pájaro, cerezo. Recuerdo, primavera.

La palabra que nombra estas cosas nunca está vacía. La puedes decir. A partir de ahí ya se puede reconstruir un universo.

*

Al borde de la noche, las pétalos del cerezo fosforecen con un palor sobrenatural.

Solo se ven las flores del cerezo, en medio de la oscuridad, como una constelación de primavera.

Si las unes con líneas, la figura que resulta es el croquis del mundo.

 

 

[Henri Michaux. Antología poética 1927-1986. Adriana Hidalgo editora, 2002. La traducción es de Silvio Mattoni.]

Notas de febrero

De cerca, el estornino es una joya. Y la bandada es infinita. Estorninos o estrellas, qué asombro del mundo esa multiplicación incontable de la belleza.

 

Gotas de agua, viento, pétalos, granos de arena. Hojas de hierba, amaneceres. La belleza se nos da con derroche de números.

 

Tras cada noche de luna llena, al despertar vamos a ver qué nos ha dejado la marea.

 

La ciencia descubre una mañana de hace un millón de años atrapada en una gota de ámbar.

 

Los dinosaurios perdieron la guerra y ahora son pájaros.

 

La reina de las hormigas tiene un espejo de mano donde las cosas grandes se ven en un tamaño adecuado.

La reina de las hormigas recuerda el nombre de todos sus hijos.

 

He rescatado un disco duro que llevaba tiempo averiado. He leído anotaciones viejas; me han visitado sueños antiguos. Por ejemplo, soñé con una plaza y unas calles que eran mitad Castilla, mitad Venecia. Soplaba una cellisca cada vez más fuerte que blanqueaba la piedra. Todas las ventanas cerradas, ni un alma. Una ciudad limpia, vacía, geométrica.

 

Un día apunté que me había encontrado en el trastero un libro del bachillerato, con dibujos, fechas, versos, otro nombre junto al mío. Este febrero he recuperado la anotación. Algún día perderé y recobraré este párrafo y del hecho verdadero irá quedando, con cada recuerdo y cada copia, una voluta de humo que sube hacia cielo y se disipa, más tenue y pura, la sola sensación de la vida.

Segundo viaje a Isia

La mañana del viaje hay un sol blanco y fresco. Sin ninguna razón, a pesar de los pesares, el día parece nuevo y el pecho se agita sin motivo. Es como la esperanza, que viene de ninguna parte, cae de la nada, luce, llueve, nace del vacío.

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Al llegar, fuimos a ver los famosos caballos marinos, que entran y salen de debajo del agua para pastar en los prados junto a la orilla. El mar verdoso estaba blanco de espuma. A ratos caía una lluvia levemente salobre, mansa. No conviene aguantarla demasiado, porque esa lluvia ha cruzado el océano y se ha empapado de la soledad del mar.

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El célebre templo de Izhar puede visitarse sin problemas incluso a las horas de culto. En la explanada vendían globos hinchables con el aspecto de huevos de pájaro. Unos blancos, otros crema, azules, oliva, verde jade, con pintas, con manchas, jaspeados, elongados, pequeños, gigantes; reproducciones fieles, a escala, de huevos de alguna especie de ave. A algunas personas y a todos los niños les encantan. Aunque a los niños les gusta casi cualquier cosa extraña.

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A veces, al verlos en los oficios, uno dudaría de su devoción. Los fieles rezan, pero su oración se disuelve en un confuso bisbiseo embarazoso. El dios tiene que completar las frases con un susurro, como el apuntador de un teatro. Salen de las misas con la cabeza gacha, algo avergonzados. El dios, en ocasiones, pierde la paciencia y les envía desgracias.

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Tienen siete mares, uno para cada nota musical, una nota musical para cada color del arcoíris, un color para cada día de la semana y doce horas al día para cada acto fundamental: esperar, creer, crecer, engendrar, imaginar, juzgar, echar en el olvido. El desajuste entre 7 y 12 se soluciona con cinco semitonos (o semihoras, quizá con más propiedad), lo cual complica un poco las cosas. En algunas regiones, para llegar a 12, se añaden cinco actos: resistir, acompañar, entender, prometer y cantar a solas.

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Una madre le pasa a su hijo una maldición en la letra de una nana. En la misma familia, desde hace generaciones, sin saberlo.

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Se dice que el tarot isio es un antecedente de esos naipes que llaman cristal. Algunas cartas del tarot isio se le hacen muy curiosas al forastero: la visita del niño triste, la fiesta de los resucitados, los cangrejos luminosos.

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La ciencia aún no sabe que los árboles son seres sociales, que alejados de otros lo pasan mal. ¡Ay esos arboles erguidos en medio de la llanura! Su orgullo es pura apariencia.

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En el tren de vuelta a casa viajaba una pareja de viejecitos de pueblo, como sacados de una España más antigua. Una vieja y un viejo chiquitos, tapones, liantes, ruidosos. Llevaban consigo a una muchacha. No llegué a saber qué le pasaba; tenía alguna minusvalía grave. Ellos la trataban como a una niña, a una muñeca. Desde mi asiento le veía las manos. Blancas, delicadas, de dedos elegantes, tiernas.

Hace años, si alguien hubiese contemplado mi destino con piedad y ternura, me habría irritado mucho. Pero creo que ya soy lo bastante mayor; creo que ahora me sentiría agradecido.

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Ya en casa, ayer, oí cantar a un mirlo. El primero de la nueva estación. Así es la esperanza, como digo: lo que viene de ninguna parte.

 

[Vino un pájaro y dijo
https://avellana.neunoi.com/2023/10/vino-un-pajaro-y-dijo.html
La Noche de Verano
https://avellana.neunoi.com/2005/08/la-noche-de-verano.html]

Diciembre

Todavía quedan hojas de otoño. El sol de invierno las enciende al trasluz con un resplandor amarillo, como ascuas. Cuando vi nacer esas hojas, en primavera, cuando apuntaban, cuando se desplegaban, verdes tiernas, arrugadas como gasas, yo no comprendía que aquello tan pequeño sería algo tan grande que duraría tanto, que me alimentaría hasta en su destrucción, en su final, incluso en su ausencia.

*

En diciembre están derruidos los palacios de los pájaros.

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De mi primera a mi última casa —entre donde nací y donde vivo ahora— hay una vía de tren, larga como media España, digamos. La he recorrido muchos años. A veces me imagino que me hubiese salido de la vía, llegado hasta cualquier punto del horizonte y quedado allí, sentado en una piedra, debajo de un árbol, o en alguna casa. Y si la vida hubiese estado ahí a lo lejos, al otro lado de las ventanillas, a la vista, mientras yo iba y venía, sumido en otras cosas que no eran la vida.

*

Se fueron las hormigas. Las puertas de sus casas están abiertas. Las camas deshechas, puestos los manteles. Las contraventanas baten al viento. Un vasito de plástico rueda por el suelo. En un tendal, olvidados, minúsculos calcetines de hormiga. Las macetas están secas. Más allá, sus campos mustios, vacíos, y el rojo sol de invierno. Se fueron las hormigas.

*

La naturaleza última de la materia es muy difícil de estudiar porque a esa escala tan pequeña no existen los números.

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Quizá algún día celebremos el nacimiento de la inteligencia artificial como el día que dejamos de estar solos.

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Escribir directamente sobre la arena para ahorrarle trabajo al tiempo.

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El año se acaba bajo la luna menguante. La noche es fría y clara. La miro y querría volverme hacia adentro, a pedirles calor a las cosas pequeñas.

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El año se acaba y empieza otro. Quizá esta vez todo sea distinto; quizá todo se repita igual.

Feliz año.

La música

Oír mejor es una larga ascesis. Los practicantes de la escucha absoluta suben de noche a lo alto de la montaña, entre el mayor silencio posible, donde titilan las estrellas en el aire frío.

Las estrellas generan un ronroneo grave, el engranaje del universo. Por encima de ese bajo continuo pasan notas más ligeras, más claras. Un púlsar, quizá un cometa errante o el tintineo de una luna, quién sabe.

El que se adiestra en escuchar de noche a las estrellas acaba oyendo esa música. Algunos entenderán que la música es un mensaje. Se equivocan. Hay que aprender que en este mundo todo mensaje es en el fondo una música.

París III

A estas alturas, yo no necesito líderes con ideología. Es bastante que tengan principios.

París II

Tres personas colocan una bandera francesa en una calle de París

Fotografía de Etienne Laurent en la portada de El País de hoy. El pie de foto dice: «Tres personas colocan una bandera francesa ante uno de los restaurantes atacados por el ISIS el viernes en París».

París

Nuestra alegría de vivir es nuestra victoria.

Quién hubiera tal ventura

... sobre las aguas del mar. Una historia antigua.

Hacen mundos

Una mujer trabaja en un taller lleno de globos terráqueos

El oficio de Bellerby & Co. Globemakers es fabricar a mano pequeñas Tierras. Su taller es el lugar de trabajo más bonito que se me ocurre.

Libertad

Los españoles odian tanto la libertad como aman el desorden.

Commuters

[Foto] Un hombre detrás de la ventanilla de un tren

Serie de fotografías de Arnau Oriol: viajeros de cercanías camino de su trabajo, en Londres, a primera hora de la mañana. Al otro lado de la ventanilla, rostros absortos, de una intensidad extraordinaria.

Domingo, invierno

Un hombre viejo con su perro viejo bajo la lluvia: como dos hermanos.

Milo en la nieve

[Foto] Un gato negro en la nieve

Farm Pond

Dibujo de una granja bajo la nieve

Farm Pond (1957), acuarela de Andrew Wyeth (vía scotch & jazz @ dusk).